Las raíces de un pueblo pueden ser nuevas o viejas. Como ocurre con la tierra, por tallos y hojas, sucede en la danza, ¿acaso había sandías y cepas, olivos o naranjos en el Paraguay? ¿acaso había tomates y patatas, pimientos o maíz en Europa?
Cuando una bailarina aparece sobre un escenario y se encienden las luces, las naranjeras o las burreritas en el mercado guazu, cuando las galoperas salen descalzas con su cántaro nativo o resuena en los bafles el poema de la India de Ortiz Guerrero, con música del maestro José Asunción Flores, esa bailarina es la culminación y resumen de todos los símbolos, de pueblos, de transmigraciones de una cultura universal.
Un baile es reconocimiento de la obra de poetas, de músicos, de artesanos del arpa y de la guitarra, de los tejidos, con trajes de colores que imitan a los pájaros se bailan las alegrías y se camufla el dolor, es la pareja en sus pasos, resumiendo el amor entre un hombre y una mujer, común a toda la especie, desde la misma tierra, la vida, las costumbres y la historia de tantos pueblos, arte puro y popular.
Hoy la danza es tradición y vanguardia, raíces por plantar en Europa, continente que llevó polen a tantos bailes del Paraguay, pues la contradanza inglesa se hizo española y después Londón Karape en el Paraguay, como la Polka de Bohemia o la mazurca Polaca.
Don Carlos Antonio López atrajo mediante sus políticas culturales a numerosos profesionales, su hijo mantuvo el entusiasmo.
No siempre los países son conscientes de que su cultura importa y de que la imagen de un país tiene su máxima expresión en un arte como es la danza, la cultura precisa de media barra de pan y de un libro, ayuda y reconocimiento, apoyo y dinero, eso lo sabe todo país que quiera y apueste por sí mismo, que se quiera un poco y, si no, que se lo pregunten a Francia, el país más visitado de Europa, en donde la cultura es casi una religión.